Querida Fernanda:
Desde que llegué cada vez me cuesta mas trabajo concentrarme. Hoy leía a Bataille y pasaba hojas enteras sin que ningún engrane girara en mi cabeza, por mas hacia esfuerzos y releía los pequeños ensayos del libro nada pasaba. Nada.
Estúpidamente trate de cambiar de lectura para ver si reaccionaba mi cerebro pero el intento fue deplorable y, en intensión, absurdo. Pasar de Bataille a Diderot es como querer evitar lanzarse a la piscina desde la orilla subiendo a la plataforma de diez metros.
Aunque parecía un ensayo ociosamente interesante (o académicamente, es lo mismo) no logró atraer mi atención lo mas mínimo.
Los imbéciles no aprenden.
Y mucho menos si la experiencia que debería darle sabiduría acaba de suceder hace dos minutos.
Volví a Bataille y me recibió, muy a su estilo, con una mirada debajo del hombro y con una patada de quien intenta ahuyentar a un perro.
Los imbéciles siempre buscan la salida pronta que les de un refugio. Los imbéciles son especialmente instintivos y viscerales.
Corrí huyendo de George a los brazos del narrativamente cómodo Guillermo Fonseca.
Me recibió con el lenguaje sencillo que acostumbra y con su urbana cotidianidad.
Cuando creí que todo estaba bien apareció otro inconveniente, esta vez era abrumador y tormentoso.
Como en casi todos sus relatos Fonseca adereza la historia con una sexualidad simple y directa. Con palabras que utilizamos todos los días y que contrastan con las de diccionario que estamos acostumbrados a leer en la literatura “erótica”.
“Le agarré las tetas” en lugar de “Pasé el frente de mi mano por sus opulentos senos”.
Obviamente el uso del lenguaje tiene una muy diferente connotación a la de las escenas románticas y vaporosas del común arte sensual, pero ese es cantar de otra carta. Te sigo contando.
Al llegar a la frase arriba mencionada comenzó a sucumbirme una risa que llamó la atención del tipo que leía frente a mí en la recepción del hotel y que puso cara de curiosidad.
“¿Qué estará leyendo este wey?” imagino que pensó, y buscaba con la mirada el titulo de mi libro.
Intenté calmarme y poner el rictus de concentración que debe ponerse cuando se lee, así como decía tu papá. Solo logré no reírme físicamente pero en la mente me sudaban las manos, tenia la cara roja como jitomate y se me dibujaba una sonrisa terca, como de gato en “Alicia en el país de las maravillas”.
Me quise calmar pero más palabras “obscenas” se me cruzaban y más nervioso me ponía. Antes de llegar al final del primer cuanto ya era insoportable la situación.
Bragas de volando, mujeres gritando de placer y tipos hablando de su “verga” me agobiaron por completo y cerré de un golpe el libro (como se ve en las películas, con polvito y todo).
Me levanté muy rápido, tomé mi bolsa y salí muy a paso apresurado del hotel sintiendo la mirada de mi vecino de asiento en la espalda y el cuerpo frio, frio.
Supongo (me gusta suponer) el tipo tomo el libro que olvidé sobre el asiento para saciar su curiosidad y se explicó el espectáculo que di.
“Tiene problemas sexuales” tal vez pensó al hojear el libro.
Tú también lo habrás hecho ya, ¿verdad? No es muy difícil darse cuenta.
Tengo un problema y hasta ahora lo aceptó. Como todo buen problema debe ser tratado, no lo escuché, me tapé los oídos y esperé que solito desapareciera. Pero aquí está, ya no lo puedo evadir ahora que se (me) evidenció en público.
Todo se debe, supongo, a esa puta barata que ni siquiera tuvo la cortesía de fingir cuando me la cogía. Mi geta frente a la suya y solo se miraba despreocupadamente las uñas y el reloj.
Las únicas palabras que me dirigió en los quince minutos más emocionantes de mi vida fueron
-No te animas con otra posición, mi rey- tratando de sacarme más lana.
¡Puta madre!
Siempre estoy dispuesto a pagar más pero su interés descarado me ofendió.
¿Qué ya nadie tiene ética profesional?
Si me hubiera tratado bien ahora tendría todo mi dinero.
Una buena mujer de la vida galante se esfuerza en su chamba para ganar más, y aunque el cariño es fingido, siempre se agradece el gesto. Creí que en esta ciudad el cariño comprado sería de calidad.
Júrame que esto nunca se lo vas a contar a nadie. Pero a nadie ¡eh!
No se me paró.
Bueno, no se me paró bien, lo necesario.
Me quedé a medio gas. Por mas cerraba los ojos y pensaba en las viejas sabrosas de la tele no podía. Solo me contoneaba buscando algo de calor donde debería de haberlo pero ni madres.
Al final me quede solo sentado en la orilla de la cama, con las manos en la cara y con un sabor en la boca que debe ser el del miedo y la frustración.
Me puse la ropa, no supe que hacer. Me metí a bañar sin la plena conciencia de lo que hacía. El resto de la noche vi la televisión y me terminé dos cajetillas de cigarros.
¡Ah! por cierto, ya volví a fumar.
Ya prometiste no contarle a nadie. Espero cumplas.
Esto es lo más trascendente que me ha pasado hasta hoy. Espero que lo estés pasando mejor que yo.
Te escribo pronto, lo prometo, y te contaré como me va con ese puto seminario.
Un beso
Juan Manuel
31 de Enero