16 junio 2008

Puerto

I

Me puse la ropa, no sabia que hacer. Las once de la mañana y tenia el resto del dia libre como hacia ya dos meses. La ventana dejaba entrar esa luz grisácea, propia de las mañanas nubladas, y el bullicio que hacen los turistas en las tiendas de souvenirs. Había una nota con su nombre y un teléfono sobre la mesa.

-Si, como no- dije despectivamente, no pensaba seguir con esto. Pasó lo que pasa cuando uno bebe mucho y se acabó.

Debajo de la puerta había dos cartas. Chistes, besos y cosas simples que pasan en las pequeñas ciudades de México había en una; la otra la mandaba Gabriel, las cuentas seguían bien y no tenia que preocuparme por dinero. Tomé las cosas necesarias para contestar una carta, me eche el papel con su teléfono a la bolsa de la camisa y recorrí la calle hasta el café de la esquina. Escribí, mientras sorbía café con leche. Leí los diarios que no decían nada nuevo: los árabes matan judíos y viceversa, algún equipo es campeón de alguna liga y la actriz fulana se divorció del actor zutano. Cerré los periódicos y le di un vistazo al lugar. El niño blanco de la mesa de enfrente miraba atento la ventana que daba a la calle, se dibujaba en su cara la extrañeza cada vez que pasaba alguien con la piel oscura. Sus ojos se dilataron aun más al darse cuenta de que el hombre que atendía las mesas también tenía ese extraño color. Los dos fijamos nuestra atención en esa persona que era tan diferente. Un hombre negro. Cuando giré la cabeza para disimular recordé el papel que llevaba en la bolsa; no lo pensé dos veces, decidí llamarla.
Salí del café y busque un teléfono. Al escuchar su voz me sentí arrepentido pero ya era demasiado tarde. Acordamos una cita con las mínimas y más impersonales palabras:

-Hola, soy yo. Pensé que te gustaría tomar algo esta noche-

-Bueno, ¿qué te parece en el bar a la hora que salgo?-

Cuando colgué me sentía muy estúpido, sentí vergüenza con la viejita que esperaba su turno detrás de mí. Caminé viendo el suelo por varios metros. ¿Qué me pasa? Parezco un adolescente.
Di una vuelta por el parque, fui a la oficina postal para enviar la carta y volví a mi cuarto de pensión. Pasé el resto de la tarde y la noche viendo el techo desde la cama. Entre el sudor y el ocio repasé los motivos por los que estaba aquí.

¿Iba a regresar o no?

¿Aceptaría el trabajo en el consulado?

¿Por que chingados hace tanto ruido ese ventilador?

Harto, me levanté a apagar el ventilador y me di un regaderazo para mitigar el calor.

Llegué a la cita con mi puntual impuntualidad, ya habían cerrado. Me esperaba sola en la entrada sujetando una bolsa frente a sus piernas. Después del saludo nos invadió ese silencio incomodo de las primeras citas, cuando no sabes que decir ni que hacer. Lo rompí cuando comenzábamos a caminar.

-¿Ya no hay ningún lugar abierto para tomar algo?-

-No, solo caminemos, ¿te parece?-

Hablamos de esto y de aquello, cosas sin mucha importancia pero que hacían mas ligera la tensión. Recorrimos una larga calle en la que solo se oían nuestras voces y el maullido de gatos. De pronto la calle dejo de tener pavimento para dar paso a la arena, y las altas casas de ahora eran chozas con cercas de palo. Cuando por fin llego el la oscuridad la besé sin razón aparente. Caminamos tomados de la mano hasta donde acaba la playa, le levanté la blusa y me desabroché el pantalón.

-Cierra los ojos- me dijo. Los cerré inmediatamente.




II


Las noches en esta ciudad están llenas de bares donde el ambiente es igual de embriagante que las bebidas que sirven. Ella se ganaba la vida entre los cuerpos unidos y el son cubano sirviendo cervezas. Pero no era como las otras meseras. La fiesta y la música le eran cotidianas, era inmune al efecto catártico y alucinante que suelen tener estos lugares. Otras no desaprovechan la oportunidad de que un gringo les paguen las copas y las lleven a su cuarto de hotel. Estaba aquí sin muchos deseos y solo pasando el tiempo. Fue tal vez ese punto en común lo que me hizo mirarla a los ojos con morbo desde el primer trago que dejó en mi mesa.

-¿Por qué no bailas?-

-No se bailar – contesté – pero me gusta ver-

Se rió de mi respuesta y comenzamos a platicar. Bebí rápido para que volviera con otro vaso. Tres horas después estábamos en mi cuarto ya borrachos.


La temporada alta había pasado y ya solo trabajaba cuatro días a la semana. Pasábamos las tardes en el cine o en las plazas tomando café; después, por las noches, caminando todas las calles y buscando cualquier rincón oscuro. Me platicaba de su niñez común, del desencanto de la universidad, del tipo que conoció en su pueblo, al que vino a buscar aquí pero nunca encontró. Yo le hablaba de mi país, de lo increíble que debió haber sido crecer en el suyo, con una torpe emoción de niño a la cual solo contestaba con una leve sonrisa.
Dejé la pensión de la avenida principal para irme a su departamento en el barrio cercano al puerto, donde se siente mas fuerte la brisa y no se oye el ruido de los bares. Ahí me sentía bien, no había más trabajos que esperaban, solo su pelo rizado y espeso por las mañanas.

07 mayo 2008

Terapia


Vamos, cuéntame la historia, estoy seguro que algo bueno tiene.
Pero es que no es una historia concreta, no es un proyecto ni un plan. Solamente es una imagen que me viene muy seguido a la cabeza.
¿Es un sueño? Porque si es un sueño debe tener una explicación.
No, no es un sueño. Es una imagen que no alcanzo a distinguir, una sensación. Los sueños se tienen dormido, esta sensación la tengo cuando estoy despierto.


“La madera cruje, ya está muy vieja y tan dispareja que al caminar por el pasillo la duela de la sala también se mueva. Pareciera que alguien anda ahí dentro.
Camina hacia ella, prende la luz. No hay nadie. Deja la bolsa sobre la mesa de centro.
Es viernes, la semana se fue sin dejar nada memorable.”


A ver, pero si estás describiéndote.
Tal vez, pero hay algo que me es extraño, no soy yo. Me imagino como un fantasma que está viendo todo, estoy en un punto de vista neutral, muerto.
Bueno, sigue.


“Calienta algo en el microondas. Cena mientras mira la televisión acostada en un sillón. Se queda dormida con la ropa del dia y el plato sobre el vientre.”


¡Ahí está! Tu sillón tiene millones de manchitas de salsa y moronas de pan. Eres tú; escríbelo, sácalo y ya, no more problem.
¿Qué sentido tiene hacer autorretratos predecibles? Acabaría por escribir como terapia psicológica y de eso ya tenemos mucho.
Tienes razón. ¿Pero eso es todo? ¿Se duerme y ya?
No.


“El sábado comienza con los motores de la calle y el despertador. Trata de poner la mente en blanco para dormir. Cierra los ojos, cruza las manos.
Demasiados ronquidos de coches, demasiada luz entra por la ventana.
Aparta el plato y se sienta. El calor del sol le abraza la espalda. Piensa en volver a acostarse, sería inútil. Se pone de pie, se recoge el cabello y va a cambiarse.”


Nunca he entendido como es eso de poner la mente en blanco, no sé siquiera como se intenta.
Yo tampoco.
Perdón por cortarte, sigue.


“El dia avanza con los mismos ruidos de lavadora, con los mismos rincones llenos de polvo. El mismo baño y los mismos trastes en el lavadero de siempre.
Pasado el mediodía revisa la lista que está pegada en la puerta del refrigerador .Un kilo de esto, dos bolsas de aquello, tres paquetes de esto otro.
Sale del edificio, parece que hace calor. Una cuadra, un puente peatonal, otra cuadra vuelta a la derecha y llega al super.

¡Encontró todo lo que buscaba?
Son doscientos treinta con sesenta.

Vuelta a la izquierda, una cuadra, un puente peatonal… Si, hace un mucho calor.”


¿Cómo puedes tener una sensación tan detalla? Es una narración.
Es que tampoco es completamente una sensación, es una imagen muy borrosa; impresión sería la palabra adecuada. Pero deja que te cuente más.
Ok.


“Llega a la casa, cierra la puerta y avanza por el pasillo. La madera de la sala cruje. Se detiene esperando que los ruidos de la sala continúen. Alguien debería estar ahí, su mamá, una ladrón, un gato por lo menos.
Nada.
Cierra los ojos, quiere volver a dormir.

Come, recoge la mesa, lava los platos. Hojea una revista, recorre todos los canales de la televisión, vuelve a hojear la revista.
Se asoma por la ventana, ve que la gente anda por la calle. Una infranqueable tranquilidad está ahí fuera. Todo en perfecto orden, los engranes caminan a paso exacto.

Va a la recamara, abre la puerta del armario, mueve unas cajas. Saca el rifle, regresa las cajas a su lugar. Jala una silla alta para poderse sentar justo a la altura de la ventana. Abre las hojas.”


¿Estás sudando?


“Ve por la mirilla, revisa la calle. Un coche, dos viejitos, una señora, una gorda hablando por celular. ¡Una mujer parada en la esquina! Tranquila, joven; no parece pensar en nada, no parece espera a alguien, tal vez tiene la mente en blanco.

Jala el gatillo.

La mujer tirada en el suelo, no se mueve.

Una mancha roja sobre el concreto seco.

Los viejitos se acercan, la gorda grita.

Recarga el rifle contra la pared. Cierra los ojos y siente los últimos rayos del sol en la cara. Le parece escuchar crujidos de madera en el pasillo…”


Eso es bueno, al final parece que todo cobra sentido simbólico. Deberías escribirlo en primera persona, tal vez tenga mas fuerza. Pero antes ve a terapia, al contar esta última parte te aceleraste mucho.
No creo que valga la pena escribirlo, la historia se vende desde el principio, parece cliché.
Mmm… en eso también tienes razón, mejor no la escribas. Pero si ve a terapia.

25 febrero 2008

Coágulo

Regularmente cuando vengo a esta parte de la biblioteca me da frio y sueño, no puedo concentrarme en lo que leo. Pienso en las cosas que he tratado de dejar en el guardarropa junto a mi mochila: el trabajo, la soledad, el aburrimiento. Comienzo por agitar los pies, me rasco la cabeza, volteo a cualquier lado y termino por fastidiarme. Cierro el libro y salgo de la biblioteca.

Hoy es un dia diferente. La cabeza esta a punto de estallarme por tanto tiempo que paso frente a la computadora. Cuando levanto la mirada para ver las lámparas de metal siento que se me va a salir el cerebro por los oídos.
Es un dolor sordo.
Supongo que es un coágulo; uno de esos que causan embolias como la que mato a mi papá.
Estoy leyendo una antología de cuentos mexicanos de Emmanuel Carballo. Su crítica cruda, seca y contundente me saca una sonrisa. Siempre me han simpatizado los tipos inteligentes que no tienen miramientos para exponer su punto de vista. Carballo me recuerda a un maestro de la preparatoria que me corrió de su clase porque yo era un “vago”. Ese era un buen maestro.

Cierro el libro y me doy cuenta de la luz que reciben mis ojos. Caigo en cuenta de la claridad que hay en mi cabeza para dibujar las ideas que leo.
Vuelvo a sonreir.
Mi capacidad intelectual y artística esta ahí, clara y llena entre mis manos frias que ahora no tiemblan.

Quizá seria buen momento para sacar la libreta y ponerme a escribir. Debería escribir algo para Laura que esta a punto de regresar de Europa. Sabe dios cuando explote el coágulo y manche de sangre espesa y purulenta mi cabeza.
Ok, voy a hacerlo.
¡Mierda! La libreta está en la mochila, tengo que salir al guardarropa por ella.

¡No mames! Si camino muy rápido me duele un chingo. Mejor despacio, no hay problema. Lo que quiere este puto coagulo es reventar para chingarme el dia.

¡A la verga! Duele un chingo, mejor me recargo tantito para que se me pase.

Pinche coágulo, debe ser como un globo verde lleno de agua con paredes estiradas al máximo. Un globo que cuando toca el suelo desaparece y en su lugar queda una mancha asfixiada de líquido que muere antes de encontrar ayuda.

Ya. Vamos a seguir.

¡No mames! Duele mas.

La vista se me esta poniendo borrosa.

Siento sangre por la nariz.

Me estoy mareando. Ya casi no veo nada…

Tengo que llegar al guardarropa…

¿Laura?

Tengo que escribir algo…

Tengo que…