04 diciembre 2007

Sin título VIII (Crónica de cena en balada)





“Un escritor que escribe
sobre un escritor que escribe
sobre un escritor que escribe…”

Juan García Ponce



Cada vez que cenamos en casa de Guillermo me siento como un imbecil. Y es que soy un imbecil a su lado.
Sé, por lo que escribe, que es un tipo con grandes dudas y miedos al que el camino de los excesos lo lleva rumbo al templo de la sabiduría, como decía Blake, pero aun no llega. Esta en el mezanine de la contemplación y la duda.

Llegamos con un montón de bolsas que Margaret siempre me hace cargar y que a duras penas acomodo en la pequeñita mesa de la cocina.
Preparo la cena y comemos en medio de un insoportable silencio. Trato de hacer conversación con algún chisme del taller pero es inútil. A penas asiente con la cabeza y vuelve a mirar hacia el horizonte mientras se toca la barbilla con los dedos.
Quisiera decirle la mucha risa que me da cuando en alguno de sus cuentos un hombre parco y desgarbado (como él) cumple una fantasía sexual arrancándole los calzones a una mujer que nunca se baña y recetándole un patadon en el culo.

“A ver si te bañas mas seguido pinche puerca”

Para después cogersela con furia.

Recuerdo la imagen que invente al leerlo y no puedo evitar una leve risa.

Margaret levanta la vista y me lanza una de esas miradas que solo las mujeres que ya son madres saben lanzar pero no me importa, juro que hoy no me importa. No me importa a pesar de que la luz de la lámpara que cuelga sobre nosotros y la oscuridad que hay detrás le dan una imagen autoritaria, dura.

La verdad es que algún dia de estos me gustaría arrancarle los calzones que regularmente trae puestos tres dias y meterle un patín bien machin.

“A ver si te bañas mas seguido pinche puerca”


Como tratando de que el momento fuera menos incomodo Guillermo regresa de la página 58 del libro de Buckowsky donde andaba y me pregunta por mis nuevos cuentos.

-Son sobre accidentes. Últimamente estoy obsesionado con choques, atropellados y esas cosas. Puede parecer que solo me estoy fusilando a Maria Luisa-

-Eso también le obsesiona, no ser original- dice Margarte sin dejar de concentrarse en clavar y cortar sobre su plato pero con ese ácido que solo las mujeres casadas dos veces manejan.
Ahora la mirada asesina la lanzo yo. Deja el plato y levanta los ojos verdes que alguna vez me embrujaron.

Antes de que los perros se lancen a pelear Guillermo milagrosamente se pone entre los dos y atrae mi atención.

-No te preocupes, yo tengo libretas llenas con un mismo cuento escrito en cientos de formas diferentes. Ya se te pasara-

Su consuelo no es suficiente, necesito que de verdad me convenza.

-Me asusta. Tengo 25 y ya me estoy volviendo monotemático-

Esta a punto de comer el primer bocado pero cuando digo esto echa el cuerpo contra el respaldo y pierde la mirada nuevamente. Tarda unos segundos en reaccionar.

-No es malo, a todos nos pasa-

-¿En serio?-

-A mi nunca- interrumpe Margarte lamiendo los restos en el cuchillo y con una socarronería que solo las mujeres estúpidamente envidiosas poseen.

Guillermo la ignora, se levanta y comienza a caminar con una mano en el mentón y haciendo compás exacto con sus zapatos al tocar el mosaico de ajedrez.

1,2… 1,2… 1,2…

-Borges decía que todos los escritores son monotemáticos. Yo creo que la diferencia radica en que los buenos escritores, los escritores artesanos, hacen que no se note-

Cruzo las dos piernas, enciendo un cigarro y trato de unírmele.

-Juan García Ponce, que tanto les gusta, exhibió la misma historia toda su vida- dice sin prestar atención a los que estamos de frente en la mesa y continua su muy marcado paso.


Cuando pasa el ultimo bocado de crepa Margaret irrumpe el silencio que impero por unos instantes con su manera tan desenfadada de decir las cosas que solo las mujeres demasiado pretenciosas tienen.

-Si Hemingway los escuchara ya les habría metido un escopetazo- extiende los brazos y sonríe -Se debe vivir mas y escribir menos. No entiendo porque se preocupan tanto por lo que hacen. Dejen que la escritura sea libre.-


Guillermo sigue dando vueltas a la mesa en silencio, nuestra plática es solo un disparador para que siga filosofando, en realidad no nos toma importancia.

Margaret busca los restos de comida en el plato con una sonrisa que le dice que lo hizo bien, esta satisfecha.

Una gota de salsa de tomate le cae en la blusa y se une a otras dos que supongo son de café.

Sabe que la miro.

Imagino que va en calzones por la casa y a mi arancandolcelos y pateándole las nalgas mientras me ruega que ya no le pegue, que no le haga daño.
Sudoroso me detengo antes sus suplicas. Se esconde en un rincón.

“A ver si te bañas mas seguido pinche puerca”

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