I
Me puse la ropa, no sabia que hacer. Las once de la mañana y tenia el resto del dia libre como hacia ya dos meses. La ventana dejaba entrar esa luz grisácea, propia de las mañanas nubladas, y el bullicio que hacen los turistas en las tiendas de souvenirs. Había una nota con su nombre y un teléfono sobre la mesa.
-Si, como no- dije despectivamente, no pensaba seguir con esto. Pasó lo que pasa cuando uno bebe mucho y se acabó.
Debajo de la puerta había dos cartas. Chistes, besos y cosas simples que pasan en las pequeñas ciudades de México había en una; la otra la mandaba Gabriel, las cuentas seguían bien y no tenia que preocuparme por dinero. Tomé las cosas necesarias para contestar una carta, me eche el papel con su teléfono a la bolsa de la camisa y recorrí la calle hasta el café de la esquina. Escribí, mientras sorbía café con leche. Leí los diarios que no decían nada nuevo: los árabes matan judíos y viceversa, algún equipo es campeón de alguna liga y la actriz fulana se divorció del actor zutano. Cerré los periódicos y le di un vistazo al lugar. El niño blanco de la mesa de enfrente miraba atento la ventana que daba a la calle, se dibujaba en su cara la extrañeza cada vez que pasaba alguien con la piel oscura. Sus ojos se dilataron aun más al darse cuenta de que el hombre que atendía las mesas también tenía ese extraño color. Los dos fijamos nuestra atención en esa persona que era tan diferente. Un hombre negro. Cuando giré la cabeza para disimular recordé el papel que llevaba en la bolsa; no lo pensé dos veces, decidí llamarla.
Salí del café y busque un teléfono. Al escuchar su voz me sentí arrepentido pero ya era demasiado tarde. Acordamos una cita con las mínimas y más impersonales palabras:
-Hola, soy yo. Pensé que te gustaría tomar algo esta noche-
-Bueno, ¿qué te parece en el bar a la hora que salgo?-
Cuando colgué me sentía muy estúpido, sentí vergüenza con la viejita que esperaba su turno detrás de mí. Caminé viendo el suelo por varios metros. ¿Qué me pasa? Parezco un adolescente.
Di una vuelta por el parque, fui a la oficina postal para enviar la carta y volví a mi cuarto de pensión. Pasé el resto de la tarde y la noche viendo el techo desde la cama. Entre el sudor y el ocio repasé los motivos por los que estaba aquí.
¿Iba a regresar o no?
¿Aceptaría el trabajo en el consulado?
¿Por que chingados hace tanto ruido ese ventilador?
Harto, me levanté a apagar el ventilador y me di un regaderazo para mitigar el calor.
Llegué a la cita con mi puntual impuntualidad, ya habían cerrado. Me esperaba sola en la entrada sujetando una bolsa frente a sus piernas. Después del saludo nos invadió ese silencio incomodo de las primeras citas, cuando no sabes que decir ni que hacer. Lo rompí cuando comenzábamos a caminar.
-¿Ya no hay ningún lugar abierto para tomar algo?-
-No, solo caminemos, ¿te parece?-
Hablamos de esto y de aquello, cosas sin mucha importancia pero que hacían mas ligera la tensión. Recorrimos una larga calle en la que solo se oían nuestras voces y el maullido de gatos. De pronto la calle dejo de tener pavimento para dar paso a la arena, y las altas casas de ahora eran chozas con cercas de palo. Cuando por fin llego el la oscuridad la besé sin razón aparente. Caminamos tomados de la mano hasta donde acaba la playa, le levanté la blusa y me desabroché el pantalón.
-Cierra los ojos- me dijo. Los cerré inmediatamente.
II
Las noches en esta ciudad están llenas de bares donde el ambiente es igual de embriagante que las bebidas que sirven. Ella se ganaba la vida entre los cuerpos unidos y el son cubano sirviendo cervezas. Pero no era como las otras meseras. La fiesta y la música le eran cotidianas, era inmune al efecto catártico y alucinante que suelen tener estos lugares. Otras no desaprovechan la oportunidad de que un gringo les paguen las copas y las lleven a su cuarto de hotel. Estaba aquí sin muchos deseos y solo pasando el tiempo. Fue tal vez ese punto en común lo que me hizo mirarla a los ojos con morbo desde el primer trago que dejó en mi mesa.
-¿Por qué no bailas?-
-No se bailar – contesté – pero me gusta ver-
Se rió de mi respuesta y comenzamos a platicar. Bebí rápido para que volviera con otro vaso. Tres horas después estábamos en mi cuarto ya borrachos.
La temporada alta había pasado y ya solo trabajaba cuatro días a la semana. Pasábamos las tardes en el cine o en las plazas tomando café; después, por las noches, caminando todas las calles y buscando cualquier rincón oscuro. Me platicaba de su niñez común, del desencanto de la universidad, del tipo que conoció en su pueblo, al que vino a buscar aquí pero nunca encontró. Yo le hablaba de mi país, de lo increíble que debió haber sido crecer en el suyo, con una torpe emoción de niño a la cual solo contestaba con una leve sonrisa.
Dejé la pensión de la avenida principal para irme a su departamento en el barrio cercano al puerto, donde se siente mas fuerte la brisa y no se oye el ruido de los bares. Ahí me sentía bien, no había más trabajos que esperaban, solo su pelo rizado y espeso por las mañanas.
16 junio 2008
Puerto
Publicadas por Adán a la/s 4:53 p.m.
Etiquetas: Serie de cartas encontradas en un cuarto de hotel
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1 comentario:
Muy interesante tu blog. Y si no te importa seguiré husmeando en algunas otras entradas. De cualquier forma, seguimos en contacto por aquí o en el feisbuc.
Saludos.
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